avatarMaría Sabine Santana

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En defensa del berrinche femenino

La voz del otro lado del teléfono:

“Ahora sé que la forma en la que reaccionaste fue consecuencia de mis acciones”

Gracias. Ya lo sabía. Me lo dijo mi terapeuta durante meses. Me lo tuvo que repetir cada vez que yo le argumentaba que todo había sido mi culpa. Mi culpa por berrinchuda.

La impotencia encuentra salida, así sea por en medio del silencio y la injusticia. Para las mujeres, que durante milenios no fuimos consideradas sujetos de derecho, el berrinche es muchas veces el único camino que encontramos para imponer nuestra visión del mundo y para exigir nuestros derechos.

En la antigua Grecia, alabada por ser la primera sociedad en dónde el demos moderno tuvo lugar, no se consideraba a las mujeres como ciudadanas. Así es, tus filósofos favoritos del siglo 2 antes de Cristo eran unos machistas, para sorpresa de absolutamente nadie. No se creía que las mujeres tuviéramos la capacidad mental de elaborar un voto, mucho menos de participar activamente en las decisiones políticas.

En México, como en muchos otros países, no fuimos capaces de votar hasta el siglo pasado. De nuevo, fuimos tachadas de incapaces: emocionalmente explosivas e intelectualmente dominadas. Incluso hoy, se toman decisiones sobre nuestros cuerpos al negarnos el derecho del aborto. En Irán, se nos obliga a cubrirnos de pies a cabeza bajo a amenaza de multas, cárcel o asesinato. En algunos otros lugares del mundo, es imposible que una mujer abra una cuenta de banco sin la aprobación de su marido, de su padre o hasta de su hijo.

Es importante recordar las prohibiciones que aquí y allá nos imponen. Es verdad que yo puedo obtener una tarjeta de crédito sin tener que pedirle permiso a ningún hombre, es verdad que no me detendrá la policía de la moral si salgo con los tobillos destapados, es verdad que vivo en una ciudad en dónde el aborto es legal. Y aún así, padezco dentro de mi corazón y mi alma, las graves consecuencias de no ser considerada, histórica y sutilmente, sujeto de pleno derecho.

¿Qué se nos enseñó cuando niñas? No se nos enseñó a poner límites, ni a decir que no. Se me enseñó entre más sirvo a los demás, más mujer soy; se me dijo que las mujeres somos sentimentales, y los hombres racionales. De nuevo, la herencia de mierda de los griegos. Los hombres pueden ocupar el espacio público, político, cultural y social. Ellos pueden impulsar reformas e influenciar a toda la sociedad, ellos escriben tratados sobre lo qué significa libertad mientras nos privan de ella.

En cambio, nosotras las mujeres, vivimos durante siglos confinadas al espacio privado. Allí, en el hogar, podíamos triunfar gracias a nuestra virtud y nuestra gran debilidad: la sensibilidad. Más que ser un sujeto de derecho, capaz de establecer leyes, escribir tratados y crear acuerdos, fuimos etiquetadas como animales emocionales.

Una vez escuché a una podcaster cristiana contar la historia conmovedora de como cuando una niña se cayó y lloró, los niñOs, impulsado por su naturaleza de machos, acudieron a su rescate. Decía ella que esto era prueba de la naturaleza en acción. Hombres y mujeres somos diferentes: ellos, con su racionalidad y su heroismo; nosotras, con nuestros llantos.

Marcela Lagarde escribió en su libro “Negociaciones feministas en el amor”, que las mujeres hacemos berrinche porque es nuestra manera de protestar. El arma que por defecto nos entregan cuando somos niñas es la sensibilidad: el llanto, los gritos, el estar al teléfono dos horas discutiendo algo que claramente estuvo mal. Reacciones normales para cualquier mujer que haya visto su dignidad pisoteada, sus exigencias más básicas reducidas a caprichos. Si bien, reacciones alienígenas para los hombres, educados para reprimir y reprimirse.

Que no nos engañe, pues, la apariencia calmada de ningún hombre, ni la histeria estética de ninguna mujer: detrás de cada mujer enojada, dramática y exagerada, hay una historia individual y colectiva de abuso e invisibilidad.

Defenderé mi berrinche y el de las demás, porque por más que no sea la herramienta ideal de protesta, es mucho mejor que el silencio y sobretodo, es la legítima expresión de nuestro malestar en un sistema social que nos dejó arrinconadas como lo privado y lo secundario. Y que no nos engañen hermanas: hay quienes todavía intentan regresarnos a ese lugar.

Defenderé mi berrinche y el de las demás, hasta que seamos plenas sujetas de derecho, hasta que nuestro llanto sea igual de válido que sus argumentos, que sus libros y sus tratados. Buscaré construirme y auto percibirme también como un ser inteligente y elocuente, pero cuando las estrcuturas de opresión me superen y se me cuele un berrinche, recordaré que no pueden reprimirnos durante siglos, quitarnos todo, hacernos ciudadanas de segunda clase, y todavía exigirnos reacciones “adecuadas, maduras, a altura”.

Desde la cima del berrinche que me he ganado a pulso se los digo: al diablo su racionalidad misógina. Hasta que seamos dueñas de nuestros cuerpos y nuestras vidas, hasta entonces, haceremos berrinche en la calles, en los congresos y en la intimidad.

Philosophy
Feminismo
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